Hay de mí, desde el punto de vistaliterario, dos personalidades distintas: unaque éstafascinada por la ampulosidad, el infierno, los grandes vuelosde águila, todaslas sonoridades del estilo y las altas cimas de lasideas; otra quehorada y cavaparahallarla verdad, profundizando tanto como le es dado hacerlo, quegusta de darel mismo énfasis al detalle humildeque al grandioso, quedeseque se sientan las cosas que él representacon inmediatezcasi física. A esta personale gusta reír y disfruta con el lado animal de la naturalezahumana.
Carta G. Flaubert a AmelieBosquet
… sin dudaque la VidaHumanaes un triste espectáculo: feo, pesadoy complejo. La única finalidaddel Arte, parael hombre de sentimientos, es escamotear el fardo y la amargura.
UNA IDEA FUNDAMENTAL DE LA FENOMENOLOGÍA DE HUSSERL: LA INTENCIONALIDAD
“Él la comía con los ojos”. Esta frasey otrosmuchos signos indican bastantela ilusióncomún al realismoy al idealismo segúnla cual conocer es comer. La filosofía francesa, trascien años de academicismo, está todavíaen eso. Todoshemos leídoa Brunschwing, Lalande y Meryerson, todos hemos creído que el Espíritu-Araña atraía a las cosasa su tela, las cubría con una baba blanca y las deglutía lentamente, las rededucía a su propia substancia. ¿Qué es una mesa, una roca, una casa? Cierto conjunto de “contenidos de conciencia”, un orden de esos contenidos. ¡ Oh filosofía alimentaria ! Sin embargo, nada parecía más evidente: ¿la mesa no es el estado presente de mi conciencia? Nutrición, asimilación. Asimilación, decía el señor Lalande, de lascosasa las ideas, de lasideas entre ellas y de los espíritus entre ellos. Las potentes aristas del mundo eran roídas por esas diastasas diligentes: asimilación, identificación. En vano los más sencillos y más rudos de entre nosotros buscaban algo sólido, en fin, que no fuese el espíritu; no encontraban en todas partes sino una niebla blanda e igualmente distinguida: ellos mismos.
Contra la filosofía digestiva del emporio-criticismo, del neokantismo, contra todo “psicologismo”, Husserl no se cansa de afirmar que no puede disolver las cosas en la conciencia. Véis este árbol, sea. Pero lo véis en el lugar mismo en que está: al bordo del camino, entre el polvo, soloy retorcido por el calor, a veinte leguas de la costa mediterránea. No podría estar en vuestra conciencia, pues no tiene la misma naturaleza de ella. Creéis reconocer aquí a Bergson y el primer capítulo de Matiére et memoire. Pero Husserl no es realista: este árbol sobre su trozo de tierra agrietada no constituye un absoluto que entraría más tarde en comunicación con nosotros. La conciencia y el mundo se dan el mismo tiempo: exterior por esencia a la conciencia, el mundo es por esencia relativo a ella. Es que Husserl ve en la conciencia un hecho irreductible que ninguna imagen física puede representar. Salvo quizá, la imagen rápida y oscura del estallido: conocer es “estallar hacia”, arrancarse de la húmedaintimidad gástrica para largarse, allá abajo, más allá de uno mismo, hacia lo que no es uno mismo, allá abajo, cerca delárbol y no obstante fuera de él, pues se escapa y me rechaza y no puedo perderme en él más de que lo que él puede diluirse en mí: fuera de él, fuera de mi. ¿Acaso no reconocéis en esta descripción vuestras exigencias y vuestros pensamientos? Sabíais muy bien que el árbol no era vosotros, que vosotrosno podíais hacerloentrar en vuestro estómagos oscuros y que el conocimiento no podía, sin improbidad compararse con la posesión. Al mismo tiempo la conciencia se ha purificado, es clara como un gran viento, nadahay ya en ella, salvo un movimiento para huir, un deslizamiento fuera de sí. Si por un imposible entráseis “en” una conciencia, seríais presa de un torbellino que os arrojaría fuera, junto al árbol, en pleno polvo pues la conciencia carece de “interior” ; no es más que el exterior de ella misma y son esa fuga absoluta y esa negativa a ser substancia las que constituyen como conciencia. Imaginaos ahora una serie ligada de estallidos q nos arrancan a nosotros mismos, que no dejan ni siquiera a un “nosotros mismo” el tiempo necesario para formarse detrás de ellos, sino que nos lanzan, al contrario, más allá de ellos, al polvo seco del mundo, a la tierra ruda, entre las cosas; imaginaos que somos rechazados y abandonados así por nuestra naturaleza misma en un mundo indiferente, hostily reacio; haberéis comprendido el sentido profundo del descubrimiento que Husserl expresa en esta frase famosa “Toda conciencia es conciencia de algo”. No hace falta máspara terminar con la filosofía alfeñicada de la inmanencia, en la que todo sehace mediante acuerdos y preguntas protoplásmicas, mediante una tibia química celular. La filosofía de la trascendencia nos arroja al camino real, entre las amenazas, bajo una luz cegadora. Ser, dice Heidegger, es ser-en-el-mundo. Comprende este “ser-en-el” en el sentido de movimiento. Ser es estallar en el mundo, es partir de una nada de mundo y de conciencia para de pronto estallarse-conciencia-en-el-mundo. Si la conciencia trata de recuperarse, de coincidir al fin con ella misma, en caliente, con las ventanas cerradas, se aniquila. A esta necesidad que tiene la conciencia de existir como conciencia de otra cosa que ella misma Husserl la llama “intencionalidad”.
Antes he hablado del conocimiento para hacerle entender mejor: la filosofía francesa, que nos ha formado, no conoce ya apenas más que la epistemología. Pero Husserl y los fenomenólogos, la conciencia que adquirimos de las cosas no se limita a su conocimiento. El conocimiento o pura “representación” no es sino una de las formas posibles de conciencia “de” este árbol; puedo también amarlo, tenerlo y odiarlo y ese excederse de la conciencia a sí misma, a la que se llama “Intencionalidad”, se vuelve a encontrar en el temor, el odio y el amor. Odiar a otro es una manera más de hacia él, es encontrarse de pronto frente a un desconocido del que se ve y se sufre ante toda la cualidad objetiva de “aborrecible”. He aquí que, de repente esas famosas reacciones “subjetivas” que flotaban en la salmuera maloliente delEspíritu se separan de él; no son si no maneras de descubrir el mundo. Son las cosas que se nos revelan de pronto como aborrecibles, simpáticas, horribles o amables. Es una propiedad de la máscara japonesa el ser terrible, una propiedad inagotable e irreductible que constituye su naturaleza misma, y no la suma de nuestras reacciones subjetivas ante un trozo de madera esculpido. Husserl ha restituido el mundo de los artistas y de los profetas: espantoso, hostil, peligroso, con puertos de gracia yde amor. Ha preparado el terreno para un nuevo tratadode las pasiones que se inspiraría en esa verdad sencilla y tan profundamente desconocida por nuestros refinados: si amamos a una mujer es porque ella es amable. Nos hemos liberado de Proust, y al mismo tiempo de la “vida interior”: en vano buscaremos como Amiel, como un niño que se besa el hombro, las caricias, los mimos de nuestra intimidad, porque, en fin de cuentas, todo, inclusive nosotros mismos: fuera, enel mundo, entrelos demás. No es en no sé qué retiro donde nos descubriremos, sino en el camino, enla ciudad, entre la muchedumbre, como una cosa entre las cosas, unhombre entre los hombres.
Ceremonia de inauguración: Coloquio y Feria del Libro.
Mesa inaugural
Auditorio de Humanidades 12.00 m Dr. Marco Martos Sr. José Miguel Vidal Presentación del libro Bombardero de César Gutiérrez en el Café Cultural de EEGGLL 2.00 pm César Gutiérrez
MESA 1: Mario Vargas Llosa.
Auditorio del Departamento de Humanidades.
3.00 pm 1. Réquiem para dos hombres jodidos: la mediocridad como elección emancipadora en Santiago Zavala de Conversación en la Catedral y Ricardo Somocurcio de Travesuras de la niña mala (Bruno Nassi) 2. El discurso del subalterno y sus efectos en la construcción del “yo” del héroe en la Bildungsroman. (Javier Suarez) 3. Construcción de los personajes históricos en El Paraíso en la otra esquina (Gabriel Messeth) Moderador:
MESA 2 Poesía Iberoamericana Contemporánea. Auditorio del Departamento de Humanidades. 5.00 pm 1. “Habitó entre nosotros”: tensión humana y divina en Jesucristo de José Watanabe. (Magdalena Zegarra) 2. La mujer, el mar y nadie: recurrencias del yo poético en “Retratos de un caído resplandor” de Carlos López Degregori. (Mario Zegarra) 3. El Exilio en el lenguaje: el camino hacia el poema. “La voz a ti debida” como ontología. (Gracia Angulo) Moderador: MESA 3 Mesa magistral de teoría literaria contemporánea.
Auditorio del Departamento de Humanidades. 7.00 pm Dr. Marcos Mondoñedo Dr. Mario Montalbetti “Aberraciones significantes” Dr. Juan Carlos Ubilluz Moderador: Sr. Emmanuel Velayos
Usted dice que presto demasiada atención a la forma. ¡Ay de mí! Es como cuerpo y alma: la forma y el contenido son una sola cosa para mí; no sé que es lo uno sin el otro. Cuánta más aguda sea la idea, esté segura de ello, más aguda sonará la frase. La exactitud del pensamiento contribuye (y es la misma) a la de la palabra. Si ahora no puedo componer nada, si todo lo que escribo está vacío e insípido, es porque no me estremezco con las emociones de mis principales personales … “Si tienes fe moverás montañas” es también el principio de todo lo que es bello. Puede traducirse de forma más prosaica: “Si sabes exactamente lo que quieres decir, lo dirás bien.”
El nombre de "periferia" en mi bloger tienen que entenderlo, no como algo que está en torno de un espacio, de acuerdo con la actual crítica y comentarios, sobre la literatura peruana. Se podría pensar que este blog está fuera del canon oficial. En él, se acepta todo tipo de poesía, narrativa, crítica y opiniones que muestren al lector el fuego demoníaco de la pulsación del autor. Lo demás, no es más que basura bien aderezada en seudos talleres literarios bien aceitados. Estar en la periferia de lo oficial no es más que un pecado moral que merece, no el infierno, sino el cielo, que debería ser pasión ardiente y no un lugar aburrido y tedioso poblado de esas gentes que no conocieron el placer, el odio, la amistad, la traición, la verdad, etc. Ahí, a pesar de las admoniciones del papa o del cardenal, prefiero ser yo.
... lo que me gustaría hacer sería escribir un libro que no tratara de nada. Un libro que no hiciera referencia a nada, que estuviera fuera de él mismo, que se sustentara por sí mismo, por la fuerza interior de su estilo. Igual que la tierra se mantiene en el espacio, sin apoyo ninguno. Un libro que apenas tuviera tema o, por lo menos, que este fuera escasamente perceptible, si ello fuera posible. Los mejores libros son los que tiene menos asunto. ... no hay temas buenos ni malos, y se podía casi establecer como axioma que, desde el punto de vista del arte puro, no existen en absoluto, siendo sólo el estilo el medio único de ver las cosas.
Los adjetivos son las arrugas del estilo. Cuando se inscriben en la poesía, en la prosa, de modo natural, sin acudir al llamado de una costumbre, regresan a su universal depósito sin haber dejado mayores huellas en una página. Pero cuando se les hace volver a menudo, cuando se les confiere una importancia particular, cuando se les otorga dignidades y categorías, se hacen arrugas, arrugas que se ahondan cada vez más, hasta hacerse surcos anunciadores de decrepitud, para el estilo que los carga. Porque las ideas nunca envejecen, cuando son ideas verdaderas. Tampoco los sustantivos. Cuando el Dios del Génesis luego de poner luminarias en la haz del abismo, procede a la división de las aguas, este acto de dividir las aguas se hace imagen grandiosa mediante palabras concretas, que conservan todo su potencial poético desde que fueran pronunciadas por vez primera. Cuando Jeremías dice que ni puede el etíope mudar de piel, ni perder sus manchas el leopardo, acuña una de esas expresiones poético-proverbiales destinadas a viajar a través del tiempo, conservando la elocuencia de una idea concreta, servida por palabras concretas. Así el refrán, frase que expone una esencia de sabiduría popular de experiencia colectiva, elimina casi siempre el adjetivo de sus cláusulas: "Dime con quién andas...", " Tanto va el cántaro a la fuente...", " El muerto al hoyo...", etc. Y es que, por instinto, quienes elaboran una materia verbal destinada a perdurar, desconfían del adjetivo, porque cada época tiene sus adjetivos perecederos, como tiene sus modas, sus faldas largas o cortas, sus chistes o leontinas. El romanticismo, cuyos poetas amaban la desesperación -sincera o fingida- tuvo un riquísimo arsenal de adjetivos sugerentes, de cuanto fuera lúgubre, melancólico, sollozante, tormentoso, ululante, desolado, sombrío, medieval, crepuscular y funerario. Los simbolistas reunieron adjetivos evanescentes, grisáceos, aneblados, difusos, remotos, opalescentes, en tanto que los modernistas latinoamericanos los tuvieron helénicos, marmóreos, versallescos, ebúrneos, panidas, faunescos, samaritanos, pausados en sus giros, sollozantes en sus violonchelos, áureos en sus albas: de color absintio cuando de nepentes se trataba, mientras leve y aleve se mostraba el ala del leve abanico. Al principio de este siglo, cuando el ocultismo se puso de moda en París, Sar Paladán llenaba sus novelas de adjetivos que sugirieran lo mágico, lo caldeo, lo estelar y astral. Anatole France, en sus vidas de santos, usaba muy hábilmente la adjetivación de Jacobo de la Vorágine para darse "un tono de época". Los surrealistas fueron geniales en hallar y remozar cuanto adjetivo pudiera prestarse a especulaciones poéticas sobre lo fantasmal, alucinante, misterioso, delirante, fortuito, convulsivo y onírico. En cuanto a los existencialistas de segunda mano, prefieren los purulentos e irritantes. Así, los adjetivos se transforman, al cabo de muy poco tiempo, en el academismo de una tendencia literaria, de una generación. Tras de los inventores reales de una expresión, aparecen los que sólo captaron de ella las técnicas de matizar, colorear y sugerir: la tintorería del oficio. Y cuando hoy decimos que el estilo de tal autor de ayer nos resulta insoportable, no nos referimos al fondo, sino a los oropeles, lutos, amaneramientos y orfebrerías, de la adjetivación. Y la verdad es que todos los grandes estilos se caracterizan por una suma parquedad en el uso del adjetivo. Y cuando se valen de él, usan los adjetivos más concretos, simples, directos, definidores de calidad, consistencia, estado, materia y ánimo, tan preferidos por quienes redactaron la Biblia, como por quien escribió el Quijote.